Carta abierta de una mujer negra
Soy Diana Paola Méndez, nací un 10 de agosto del año 1984 en la ciudad de Barranquilla, la puerta de oro de Colombia. Tuve una niñez no muy afortunada como otros niños, pues mi madre tuvo que emigrar a otro país para poder sostener a una familia de 7 hijos. Puesto que, mi padre nos abandonó y nunca tuvo que ver por nosotros. Sin embargo, mi madre siendo una analfabeta nos sacó adelante con la ayuda de Dios y su trabajo. A pesar de las necesidades que tuve, siempre soñé con salir adelante, estudiar e ir a la universidad.
A medida que iba creciendo y pasaba de la niñez a la adolescencia, comencé a notar que era negra, que tenía un cabello que no me gustaba y una apariencia que muchos criticaban. Al no auto reconocerme empecé en cambiar mi estilo y la forma de mi cabello. Entonces, acudí al alicer, en la costa el alicer es una crema que cambia los crespos a ser lisos. Cometí el error de alisar una y muchas veces mi cabello. De lo cual hoy en día me arrepiento. Entre a la universidad y conocí muchas personas, aprendí de la pedagogía y la literatura.
Y a través de la educación y mi formación entendí que uno no elige la familia, el color de piel, el color de tus ojos o la forma de tu cabello. Comprendí que Dios me había dado la oportunidad de ser NEGRA, de ser una mujer hermosa y no debía seguir negando lo que era. Era momento de levantarme y reconocer que mi color de piel y la forma de mi cabello no eran motivo para avergonzarme sino por el contrario, podían ser el motor para luchar, para salir adelante y dejar huellas en este mundo. Recordé el poema de Victoria Santa Cruz “y me gritaron negra” y si, me gritaron negra y yo retrocedí y retrocedí
¿Soy acaso negra?”- me dije
¡SI!
“¿Qué cosa es ser negra?”
¡Negra!
Y yo no sabía la triste verdad que aquello escondía.
¡Negra!
Y me sentí negra.
¡Negra!
Como ellos decían.
¡Negra!
Y retrocedí.
¡Negra!
Como ellos querían.
Pero, y que, negra soy con mucho orgullo, de raza de negro, de raza de la resistencia, de raza de costumbre, de raza del valor y soy negra y lo seguiré siendo hasta el fin del mundo. Cuando me recocí, comprendí que la vida es mejor cuando aceptas lo que eres. Al terminar la universidad y trabajar en lo que estudié, tuve la oportunidad de emigrar hacia la capital del país. Mi llegada a la capital tampoco fue fácil, sola con una maleta, con lágrimas en los ojos y un dolor en el alma de haberte desprendido de tu madre fue lo que traje a esta ciudad tan grande. Una ciudad que me abrió las puertas pero que también me arrancó lágrimas y sinsabores. Porque ya no era la joven Barranquillera, sino una inmigrante, “corroncha”, que no sabía hablar y de la cual muchas personas se burlaban. A pesar de todas esas dificultades seguí, insistí y persevere hasta el final. Ahora soy una maestra en un colegio Distrital de esta Capital, estudié una maestría en literatura y continúo en una universidad un posgrado aun mayor.
Un día, como cualquier día en la capital, tocó el amor a mi puerta, un hombre de buenos sentimientos, pero de “raza pura”, es decir, el blanco. La raza innata de nuestro país. Y comenzamos a salir a conocernos y cultivar una amistad la cual se convirtió en amor, una amor entre negro y blanco, entre alto y bajo, entre ojos café oscuro y verde, entre cabello negro crespo y mono. En eso se convirtió el amor, en una mezcla intercultural de ideologías, costumbres, valores y formas distintas de ver la vida.