El negro pinta nuestras raíces.

¿Cuándo nos llamamos colombianos contemplamos que somos producto de la diversidad? ¿Estamos conscientes que la riqueza de nuestra cultura fusiona muchas corrientes?
La cultura en Colombia es el resultado de influencias africanas, indígenas y europeas que se mezclaron paulatinamente para darle nacimiento a una identidad tricolor de amarillo, azul y rojo. Quizás en el transcurso de esa mezcla pasaron por muchos colores y los conservaron en sus entrañas. El negro es quizás uno de los colores que más ha marcado la diversidad cultural y al que más se ha segregado.
Desde que llegaron los africanos a tierras colombianos impregnaron de color, sabores, creencias y ritmos de los campos de trabajo. Los cantos se tradujeron en vallenatos y en historias que contagian con su magia. Los tambores se instalaron en los bailes y el movimiento de caderas se traslado a una experiencia de libertad y expresión del cuerpo. Se fortalecieron las expresiones espirituales para tener experiencias sobrenaturales, ya descritas alguna vez por Gabriel García Márquez.
La herencia es innumerable y es sólo hasta ahora que le damos una verdadera importancia a sus aportes. Solamente, hasta que se reconocieron políticamente a los afrodescendientes en la constitución del 91, es que le dimos un espacio real a nuestro pasado africano; antes de eso, dejamos que su influencia se conjugara insconscientemente.
Desde ese momento, los voz africana suena y pinta los espacios políticos, culturales y regionales del país. Empezamos a conocer su fuerza con el surgimiento de grupos musicales como Joe Arroyo, Chocquibtown, Herencia de Timbiquí, entre algunos otros.
Pero aún nos falta mucho por avanzar, las expresiones de arte, música y bailes que llevan el sello negro son el primer paso. Pero no podemos quedarnos ahí, necesitamos seguir impulsando su valor como grupo social capaz de propiciar su crecimiento y su ejemplo de cohesión para el resto de los colombianos.